jueves, 1 de septiembre de 2011

ACCESO NO AUTORIZADO de Belén Gopegui

Nací demasiado tarde, a finales de 1974, y no tuve ocasión de votar la Constitución: mis luchadores padres lo hicieron por mí, como lo hacen, en el fondo, casi todo. Gracias a ellos, a sus sueños, a su esfuerzo, a sus renuncias, estoy hoy aquí persiguiendo aún la mejor versión de mí mismo.

No caigo pues en el tópico de hablar desdeñosamente de la Transición ya que, hasta ese momento, la cíclica Historia nos había enseñado que lo que mejor sabe hacer este país es matarse; que cuando nos ponemos a ello nos matamos formidablemente. Y, como tratando de virar con altas miras, en la Transición a mi juicio nuestros padres y sus políticos lograron reinventarse haciendo algo aquí infrecuente: ponerse constructivamente de acuerdo en que estamos juntos en esto y lo que importa es vivir.

No olvido que procedo educacionalmente de la sencillez, el trabajo y el entendimiento, y además creo que me extirparon la malicia en un quirófano: por eso carezco de facultades para anticiparme a las triquiñuelas, que siempre creo bienintencionadas, de quien es capaz de pensar una cosa, decir otra, y hacer a su vez otra... ¡Menos mal que dispongo de la literatura y las hostias que da la vida para refinarme y aprender!

Y digo esto porque para mí los gobernantes son cada vez más un misterio con patas; seres atrapados por la seducción del poder con personalidades especializadas en desbordes, sorpresas y arrebatos: así las últimas noticias políticas son que el gobierno amplía la duración de los contratos temporales, ahí es nada, y que, mejor que escuchar a la gente por si se equivoca, se ha decidido cambiar la Constitución no como se hizo, entre todos, sino sólo entre ellos, los políticos con la sartén cogida por el mango.

Y, como nada se puede hacer al respecto, decepcionado por lo real me refugio en la ficción: leyendo la última novela activista de Belén Gopegui titulada ACCESO NO AUTORIZADO (ed. Mondadori,), un texto valiente con peso estético y moral que trata ficcionalizadamente sobre el gobierno que nos gobierna, uno se da cuenta de que hay quien sí lo venía venir todo... No sé si somos una colonia de eso tan esotérico que llaman los mercados, y no hay margen de maniobra. Pero, sin llegar a aquello que escribió Jean-Paul Sartre de que para quien ejerce la política la única forma de no mancharse las manos sería no tener manos, de la novela de BG se deduce que el verdadero éxito de un político con ideología es no traicionarse pues si se traiciona, si transige ante sí mismo y sus votantes al poner en práctica una política contraria a sus principios, fracasará siempre porque estará haciendo la política de otros, y eso es algo que hacen mejor los otros. Y, además, después de todo se sentirá, ya que mirar al pueblo será como mirarse en un espejo, como un traidor. ¡Con lo bien que había empezado la novela...!

No hay comentarios:

Publicar un comentario