lunes, 19 de diciembre de 2011

LYON, 1943 de Ana Martín Puigpelat

Igual que la música clásica hace ya mucho tiempo que empezó a transgredir la melodía y la pintura también hace ya mucho transgredió la figuración, la poesía, el arte literario que más ha avanzado sin perder su esencia, lleva mucho tiempo –desde las vanguardias, aunque hay quien diría que desde el Barroco- transgrediendo la lógica y buscando nuevos conductos de expresividad.

Sí, la poesía moderna –la poesía que no desea ser continuista- lo es sobretodo porque, como género apasionadamente indagador, se va impregnando de nuevos registros para hablar de lo mismo: la condición humana y la caducidad.
Visto desde ese prisma cabe todo en el poema, todo lo que cabe en el mundo, parece decirnos Ana Martín Puigpelat en su último libro titulado LYON, 1943 (Ed. El sastre de Apollinaire).

Construyendo el texto con estructura fílmica, y repleto a su vez de dramáticos cambios de diálogo escritos en estilo indirecto para una actriz -¿la autora?- que interpela sin respuesta a un amor, o a varios, este libro de versos salmódicos es mucho más que un paraíso de enumeraciones en versículos repletos de metáforas. Y lo es porque lo más audaz del conjunto, aunque lo que resalta primero es el brillante lenguaje, es en mi opinión esa estructura que rebasa innovadoramente el sáfico fragmentarismo –dicho en los términos en los que utilizan de forma renovadora el fragmentarismo sáfico, llamado también la estética del fragmento por Natalie Barney, Djuna Barnes y demás iniciadoras del París de los locos años 20, autoras de nuestras letras como María Mercé Marçal, Ana Roseti, etc- de anteriores libros de esta autora.

Y podía haber sido la historia de amor torrencial, turbulento, desbordado y lacerante en medio de un asedio que en este libro se nos cuenta un relato, una obra de teatro o un guión de cine con nazis de fondo. Sin embargo la autora, ebria de metáforas que tocan, ha conformado un poema dividido en tres secciones y deshilachado, evocador, intenso, construido a base de fundidos que nos pasan a otra escena, de diálogos sin respuesta, de monólogos con imágenes de fondo y de una narratividad diluida por el lirismo que a todo se aviene, y todo lo incorpora transformándolo.

El estudio crítico de Philipe Merlo Morat que acompaña al libro esclarece el cronotopo del título más que el propio texto, y lo presenta en conjunto como un poemario de resistencia en la más amplia acepción de esa palabra teñida de Historia. Afirma asimismo que este libro habría de pertenecer al subgénero de la “poesía histórica”, y analiza el yo poético así como la recepción del discurso lírico disgregado en cuatro tus. Pasa sin embargo el interesante, erudito e indagador epílogo crítico casi por alto la proeza estructural, centrándose en esos otros aspectos que hacen de éste un libro no exento de personalidad.

martes, 13 de diciembre de 2011

EL LIBRO DE LAS HORAS CONTADAS de José María Merino

La riqueza más exportable con la que cuenta León –bueno es decirlo en sísmico tiempo de crisis- la producen sus creadores.

En este sentido ayer se presentó aquí la última novela de José María Merino: se titula El libro de las horas contadas, es una historia-puzzle escrita con la habilidad de un preclaro cuerdo, está asimismo entreverada con cuentos en los que muestra una imaginación lunática, y tal vez nadie afirmaría que este atrevido libro es autoficción, pero para mí, como decía don Saturnino en Villalobar, esu ye tan claru que da cosa comentalo.

Merino, sin presentar el texto como una narración de índole reveladoramente personal, pero sin dejar de serlo, cuenta con magnetismo la historia fronteriza de un escritor maduro, imaginativo, minucioso y con accesos de nostalgia, con una sensibilidad casi de naturalista para el paisaje y los animales, neurótico e hipocondríaco, el cual está casado con una mujer tan cómplice como creativa. Muy cerca de este matrimonio gravita un primo viudo cuya mujer se suicidó… El conflicto viene dado por el hecho de que al escritor le han detectado una enfermedad grave de la que le han operado, y la cual precisa de una nueva cirugía. Y es que él, tras experimentar las acentuadas alteraciones de conciencia que tanto el diagnóstico como la enfermedad provocan en todo paciente miedoso, decide transformar esos patológicos trastornos de realidad en cuentos (así va trazando una paulatina simetría entre realidad y ficción mediante la curiosidad, la memoria y la imaginación). En uno de los cuentos hace ver que sabe del deseo de su amigo por su mujer, y ese relato exaspera a ambos, para pasmo del escritor (esto le obliga a justificarse, desarrollando a tal efecto una teoría justificativa sobre que el que narra es siempre “el otro yo del escritor”, pero tal teoría no convence a su mujer, ni a su amigo, ni tampoco al lector que no cesa de asistir a como el escritor de El libro de las horas contadas y su “otro yo” se superponen constantemente)…

De este ingenioso modo van fluyendo no sólo el argumento de la novela y los cuentos que escribe el autor-protagonista, sino también lo que estos cuentos producen en el resto de personajes (el lector percibe así como esos reatos-límite van contagiando con su ritmo y su fantasía a la novela que los contiene, la cual aún así no deja de ser realista ni bellamente metafísica).

A pesar de esos cuentos enloquecidos, y a pesar de las constantes impregnaciones fantásticas del argumento general, uno siempre sabe que ésta es una historia confesional como lo son siempre las grandes obras escritas desde esa atalaya que es haber vivido mucho bien…

Sí, hagamos frente a la crisis: la mejor forma de agradecerle a un escritor que siga generando riqueza y compartiéndola es leer su obra.