martes, 13 de diciembre de 2011

EL LIBRO DE LAS HORAS CONTADAS de José María Merino

La riqueza más exportable con la que cuenta León –bueno es decirlo en sísmico tiempo de crisis- la producen sus creadores.

En este sentido ayer se presentó aquí la última novela de José María Merino: se titula El libro de las horas contadas, es una historia-puzzle escrita con la habilidad de un preclaro cuerdo, está asimismo entreverada con cuentos en los que muestra una imaginación lunática, y tal vez nadie afirmaría que este atrevido libro es autoficción, pero para mí, como decía don Saturnino en Villalobar, esu ye tan claru que da cosa comentalo.

Merino, sin presentar el texto como una narración de índole reveladoramente personal, pero sin dejar de serlo, cuenta con magnetismo la historia fronteriza de un escritor maduro, imaginativo, minucioso y con accesos de nostalgia, con una sensibilidad casi de naturalista para el paisaje y los animales, neurótico e hipocondríaco, el cual está casado con una mujer tan cómplice como creativa. Muy cerca de este matrimonio gravita un primo viudo cuya mujer se suicidó… El conflicto viene dado por el hecho de que al escritor le han detectado una enfermedad grave de la que le han operado, y la cual precisa de una nueva cirugía. Y es que él, tras experimentar las acentuadas alteraciones de conciencia que tanto el diagnóstico como la enfermedad provocan en todo paciente miedoso, decide transformar esos patológicos trastornos de realidad en cuentos (así va trazando una paulatina simetría entre realidad y ficción mediante la curiosidad, la memoria y la imaginación). En uno de los cuentos hace ver que sabe del deseo de su amigo por su mujer, y ese relato exaspera a ambos, para pasmo del escritor (esto le obliga a justificarse, desarrollando a tal efecto una teoría justificativa sobre que el que narra es siempre “el otro yo del escritor”, pero tal teoría no convence a su mujer, ni a su amigo, ni tampoco al lector que no cesa de asistir a como el escritor de El libro de las horas contadas y su “otro yo” se superponen constantemente)…

De este ingenioso modo van fluyendo no sólo el argumento de la novela y los cuentos que escribe el autor-protagonista, sino también lo que estos cuentos producen en el resto de personajes (el lector percibe así como esos reatos-límite van contagiando con su ritmo y su fantasía a la novela que los contiene, la cual aún así no deja de ser realista ni bellamente metafísica).

A pesar de esos cuentos enloquecidos, y a pesar de las constantes impregnaciones fantásticas del argumento general, uno siempre sabe que ésta es una historia confesional como lo son siempre las grandes obras escritas desde esa atalaya que es haber vivido mucho bien…

Sí, hagamos frente a la crisis: la mejor forma de agradecerle a un escritor que siga generando riqueza y compartiéndola es leer su obra.

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