viernes, 9 de marzo de 2012

EL ASESINO HIPOCONDRÍACO de Juan Jacinto Muñoz Rengel

La novela negra americana y la novela negra inglesa y hasta la novela negra sueca tienen su sello propio intransferible, identificable, que, además, ha calado en el público lector desde hace décadas.

Teniendo en cuenta esto no han sido pocos los intentos de conseguir, y creo que se ha logrado, una novela negra española con marchamo propio. Tal logro, saltándonos precedentes como García Pavón o Mario Lacruz, empieza a culminarse con Manuel Vázquez Montalbán y González Lesdesma, pasa por Andreu Martín, Gelbenzu, Lorenzo Silva, Alicia Giménez Bartlett y Juan Madrid, y ha cobrado un renovado vigor por parte de las últimas generaciones de escritores.

La novela negra española está de hecho dejando de tener un corte social y costumbrista para pasar a beber en las ricas y también castizas fuentes del esperpento y el humorismo genial de narradores de la vanguardia española como Mihura, Gómez de la Serna y Jardiel Poncela. Y por ese fértil camino se han adentrado nuestros nuevos escritores del género como por ejemplo Juan Aparicio-Belmonte (recomendamos en este sentido su novela UNA REVOLUCIÓN PEQUEÑA) y David Torres (véase NIÑOS DE TIZA).

Un paso más allá en las posibilidades y la originalidad de la narrativa negra española lo acaba de dar con su primera novela el ya celebrado autor de cuentos Juan Jacinto Muñoz Rengel (Málaga, 1974). Su obra se titula EL ASESINO HIPOCONDRÍACO. La edita Plaza&Janés. Y es una locura.

La suya, hablemos en serio, es una novela narrada en primera persona desde el punto de vista del asesino, un depravado neurótico moralmente deleznable y de acontecer surrealista, como en las obras de los autores de su generación citados, pero que consigue ganarse al lector y erigirse casi en víctima debido a su delincuente condición de “hombre asediado por la mala suerte”.

Este personaje, lo que en psicoanálisis se denomina un perverso polimorfo, un ultraobsesivo, es un logro literario en toda regla, un asesino a sueldo que cuenta su historia para que desde tal perspectiva la trama negra sólo se sobreentienda, un aprensivo en grado supino, al que van y encargan liquidar a Eduardo Blastein. Pero la originalidad de El asesino hipocondríaco –novela que, como ocurre en los últimos y más impuros narradores de novela negra en España, es una novela negra a su manera- radica no sólo en que, en vez de centrarse la narración en el acontecer exterior a los personajes como suele hacerlo el género, aquí lo central de la narración es el interior de lo humano; principalmente el interior del asesino. Y es un interior quebradizo, maleable, neurótico, y, tan tan aprensivo, que en el lector produce risa, afectación, casi comprensión, casi empatía, estupor, repulsión, odio y afecto, lejanía y cercanía en la misma medida: todo al mismo tiempo mientras va fluyendo el disparatado argumento.

Sin embargo no sólo en la perspectiva narrativa, este narrar desde dentro de los personajes lo que les ocurre fuera, radica la originalidad de una obra contada, como decimos, desde el lado de acá del esperpento. Más bien su logro mayor es el de añadir al marchamo de la novela negra española de hoy la intertextualidad. ¡Sí, la intertextualidad!... ¿Qué tienen que ver con la falta de pericia criminal, con las innumerables afecciones y con la mala suerte de este asesino Poe, Proust, Moliere, Voltaire, Kant y Tolstoi?... Para saberlo tendrán que leer esta novela divertida y de prosa eléctrica que supone el audaz debut de un novelista que promete muchas emociones impagables.

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