martes, 3 de mayo de 2011

BILBAO-NUEVA YORK-BILBAO de Kirmen Uribe

Toca un nervio del alma. Habla de lo de siempre sin ser convencional. Conserva la vibración de lo que es más humano que literario…
La teoría de la literatura denomina autoficción al proceso resultante del escritor que narra con detalle su pasado sin renunciar a que el fenómeno autobiográfico invada el terreno de la imaginación. Tomando elementos que proceden del género del diario e incluso de la poesía confesional, la expansión del fenómeno narrativo autobiográfico ha dado lugar a novelas de casuística muy variada que incorporan con frecuencia innovaciones técnicas notables, y cuyo intimismo universalizado impacta en el lector que no es de piedra.
Precisamente al marco de la autoficción se circunscribe sin ataduras la primera novela de Kirmen Uribe Bilbao-Nueva York- Bilbao (acaba de publicarla Seix-Barral y es el Premio Nacional de novela de este año).
Utilizando como pretexto argumental un viaje iniciático del propio autor con el itinerario que marca el título –en paralelo a otro viaje que se nos cuenta simultáneamente en segundo grado de ficción-, ésta es la historia de cómo se forja la memoria de un hijo heredero de una estirpe de pescadores. Y es la historia de un mural pintado por un artista que antepuso la familia al éxito. Y es la historia de un arquitecto dotado con un refinado sentido de la amistad. Y la historia de un abuelo cuyo apabullante sentido común le convertía en un sabio emocional, y cuya esforzada vida de anecdotario penetrante sigue significando algo tras su muerte… La historia, en suma, de una localidad –Ondarroa- y una familia que en estas páginas reciben un conmovedor homenaje conjunto. ¡He aquí un relato que no suplanta a la vida porque relatar forma parte de ella!
La prosa directa y metafórica es un rico fluir de la conciencia y la memoria y, atendiendo al por algunos momentos reiterado manejo de vocabulario, se intuye que gana mucho en su euskera original. La forma de enlazar pasado y presente resulta habilidosa. La estructura narrativa discontinua, que remite al posmodernismo, se corresponde con lo que Linda Hutcheon denomina novela-pastiche –de hecho integra todo tipo de materiales, letreros, esquemas, cartas, e-mails, páginas de diario, sin que nada resulte forzado- y el mundo realista general no renuncia a la rebeldía de lo imaginativo al construir alegorías de impactante universalidad. Pero, en mi opinión, por encima de todo, lo que mueve, esparce y desordena el corazón del lector hasta dejarle tocado es ese tono entregado a la causa de la ternura… Un triunfo de la humanidad es el tono de esta novela.
El narrador, en un acto de singular honestidad, nos hace a un tiempo partícipes del argumento, del proceso de investigación para completar ese argumento, de sus influencias narrativas –al nombrar a Unamuno, Carson McCullers y Silvia Plath por ejemplo-, de las opiniones que va recibiendo sobre lo que escribe y hasta de sus sentimientos para con el modo de contar lo que cuenta: todo conformando así un canto narrativo al apego, a las raíces y a las esencias que nos vinculan con lo fundamental.
Vivimos en una época dispersa en la que el yo tiende a disgregarse; a diluirse en el impulso globalizador que nos dirige vertiginosamente y a ciegas: por eso cada vez es más necesaria la literatura que nos devuelve al primigenio terreno de lo que somos... ¡He aquí la novela del año!

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