martes, 3 de mayo de 2011

HACEDOR DE ESTRELLAS de Olaf Stapledon

Olaf Stapledon, escritor inglés de ciencia ficción que en 1937 publicó una obra maestra, es un profundizador del lenguaje, un virtuoso creador y su novela Hacedor de estrellas ha sido calificada por Borges como “la mayor cota de imaginación que ha alcanzado la mente humana”. No en vano si hubiera que hablar de un Quijote de la ciencia ficción sin duda este lugar lo ocuparía dicha ambiciosa novela que no sólo describe pormenorizada y rigurosamente todo el universo sino que nos revela además su sentido.

¿De hecho por dónde empezar ahora a hablar de ella? Si existe una obra de ciencia ficción difícil de analizar ésa es el Hacedor de Estrellas: un descomunal fresco de todo el cosmos y una visión de enormes proporciones nunca repetida y, probablemente, imposible de plantear de nuevo con la sombra de Stapledon a las espaldas. De hecho otro grande del género, Arthur C. Clarke, compara esta novela con la Divina Comedia de Dante por su afán de ofrecer una imagen total además de presentar un sistema filosófico universal… Ciertamente hay mucho de esto en el empeño creativo de Olaf Stapledon.

El protagonista de esta novela es un hombre hogareño que, tras un momento de desavenencia conyugal, sale de casa y camina por el campo cercano mirando a las estrellas. Y, mientras las observa, paulatinamente su meditación se hace más profunda y le conduce a un viaje súbito que le acerca a los astros. Así su espíritu empieza a vagar por el cosmos visitando lugares y tiempos distintos hasta conocer, y hacernos conocer, la esencia misma del universo. De hecho descubre que hay vida fuera de la Vía Láctea, y conoce planetas en los que conviven razas de aspecto prácticamente humano, y tiene contacto telepático con estos seres en principio extraños. Gradualmente el protagonista va cambiando de lugar y de tiempo, visita el comienzo del universo, conoce su desarrollo e incluso llega hasta su clímax, para fascinación irrevocable del lector. Así los imperios galácticos de dimensiones inconcebibles brillarán y se apagarán ante los ojos del lector siendo La Tierra y su civilización ya una mera anécdota, una nota casi sin trascendencia en el gran concierto sinfónico del cosmos. Incluso otras civilizaciones, como la formada por ictioideos y aracnoides, con su lograda cultura del entendimiento, merecerán mucha más atención. El lector incluso llegará a comprender, iluminado por la prosa filosófica, poética, científica y hasta teológica, que late la inteligencia en el seno de los cuerpos celestes, y que las estrellas poseen entendimiento y razón. Pero sobretodo entenderemos que todas las especies del universo tienen en común su anhelo de totalidad, de comprensión del cosmos.

De hecho la apoteosis final de la novela, tras un despliegue sin parangón de imaginación, vendrá cuando el protagonista descubra que el universo tiene un hacedor, y que se trata de un artista contemplativo que observa su obra en perspectiva, que juzga con piedad sus imperfecciones pero que no desea intervenir en ella. No, más bien deja que su creación se consuma por sí misma para entonces, y ahí radica su piedad, disponerse a dar comienzo a una nueva obra. Así finalmente el lector descubrirá con impotencia como el Hacedor de Estrellas está decepcionado con el universo, y, tras otorgar el entendimiento supremo que supone este viaje sideral a uno de cuantos seres ha creado para que éste lo difunda, ahora el perfeccionista Hacedor pondrá su empeño en crear un universo superior, definitivo.

Ciertamente, como el delirante e iluminador Philip K. Dick dijo una vez, “cada puñado de estas páginas contiene todo el material de una gruesa novela de ciencia ficción condensado por medio de una especie de prosa poética”. O, para acabar, por decirlo con palabras de otro grande del género, Stalislav Lem: “un libro para paladear despacio, para dejarse arrastrar sin prisas por la variedad de ideas de un genio”. ¡Qué novela!

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