martes, 3 de mayo de 2011

EXTRAVÍO EN LA LUZ de Antonio Gamoneda

En uno de sus escritos autobiográficos Simone de Beauvoir, que coincidió con ella en la Escuela Normal Superior de París, comenta sobre la estremecedora pensadora francesa Simone Weil: “Me intrigaba por su gran reputación de mujer inteligente y audaz. Por ese tiempo, una terrible hambruna había devastado China y me contaron que cuando ella escuchó la noticia lloró. Estas lágrimas motivaron mi respeto mucho más que sus dotes como filósofa: envidiaba un corazón capaz de latir a través del universo entero”... Acaba de salir el libro Extravío en la luz (Ed. Casariego, preámbulos de Amelia Gamoneda, grabados de Juan Carlos Mestre y poemas de Antonio Gamoneda) acaso para recordarnos lo alentador que es hoy leer poesía como quien estudia un corazón capaz de latir por el universo entero.

Ahora que no está claro si el mundo ha entrado en crisis, o en depresión, o esto por fin es el fin de una era, a algunos leer poesía nos rearma la conciencia, que es un modo de prepararnos para lo que sea. Por eso nos acercamos a lo nuevo de Gamoneda, que es lo antiguo condensado e intensificado, y detectamos en su lírico recordatorio de la finitud humana una invitación a hacer acopio de memoria histórica personal, de coherencia y a no rehuir el encuentro de las conciencias que aspiran a estar alerta. O, por decirlo con palabras de la propia Simone Weil, “los que aman una causa son los que aman la vida que ha de llevarse a fin de servirla”. Y Extravío en la luz es sin duda un libro escrito por alguien adepto a la causa de la poesía.
En este sentido especialmente iluminadores resultan los dos preámbulos de Amelia Gamoneda en los que la hija del autor nos enseña, al “imbricar el conocimiento de lo íntimo en su lectura de la obra del poeta”, a apreciar que la riqueza metafórica y la densidad críptica de Gamoneda, “aún con su carga de extrañeza, no proceden del desbocamiento de la imaginación, ni surgen de ningún inconsciente surrealista. La realidad es ya en sí misma suficientemente potente, y lo es porque se ve extrañada a otros ámbitos, y por tanto modifica su sentido”. Así, uniendo algunos versos de sus libros a la biografía del autor, Amelia Gamoneda nos hace ver el gran componente experiencial que hay en esta poesía aparentemente hermética, y de ese modo deconstruye con sutileza crítica esa bipolaridad que distingue entre poesía de la experiencia y todo lo demás. Además en estos preámbulos repasa los libros de su padre para hablarnos de la importancia que tienen en ellos el silencio, los símbolos, las emociones elementales vinculadas a la belleza y el viaje a la inexistencia, y finalmente deja de iluminarnos para directamente conmovernos cuando su exégesis aborda el libro titulado Cecilia.

Y luego vienen, simultaneados con grabados que acentúan la belleza y el misterio, los seis poemas en los que nos encontramos a un Gamoneda cada vez más cerca de sí mismo y de su propia esencia, haciendo repaso del paisaje de León, de la postguerra, de las personas pertenecientes a la geografía de sus afectos como su madre y Jorge Pedrero –pintor al que el poeta llama el “vigilante de la nieve” en el Libro del Frío-… Este libro de ahora muy bellamente editado se corona con un poema titulado “Ha de llover” que ya es uno de mis favoritos del autor por la piedad que invoca y que desprende, por la fuerza de sus metáforas y porque, lo confieso, leerlo con mi edad es como ir cada sábado a hablar con amigos que peinan canas porque han vivido mucho y bien.

La guerra civil está muy presente en estos poemas, y uno no puede dejar de pensar tras leerlos en la condición de víctima de guerra de Simone Weil -una condición de la que brotan su pacifismo y su receptividad a cuanto de sagrado hay en la palabra y en la existencia-. Ahora que en Palestina se está gestando nuestra próxima guerra, he aquí un canto lírico y plástico en contra de la guerra como rotundo fracaso. O, por terminar también con una cita de esta autora clave en el mundo de Gamoneda, Simone Weil, “la poesía es una expresión de los dos esfuerzos humanos más nobles: el de construir y el de abstraerse de destruir”…. Sí, leer construye.

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