martes, 3 de mayo de 2011

SOLO DE AMOR de Jesús Munárriz

El origen de la lírica sigue señalando un camino. De hecho uno vuelve a los poemas fragmentados aunque tal vez no incompletos –la estética y la erótica de lo interrumpido- de Safo de Lesbos; vuelve a su sacralizad amorosa, su cadencia cristalina, su intimismo universal –y, por eso, radical- y se da cuenta de que, frente a la épica siempre colectiva, mitológica, masculina y enérgica esa excepcional mujer fundó y puso las duraderas bases de una línea poética personal, confesional, íntima, cotidiana, sentimental y clarividentemente contemplativa. Y al hacerlo así abrió para el mundo en general, y para los hombres en particular, una veta emocional y poética muy fecunda de la cual aún extraemos materia prima.
En efecto del lado femenino de Homero viene Safo pero crea otra línea; otra posibilidad. Y su antorcha luminosa es recogida por los goliardos y trovadores, el petrarquismo, el garcilasismo, y, a través de otros muchos eslabones llega a Baudelaire, y a las geniales escritoras del París de los años 20, y a la Generación del 27, y a nosotros.
Así hay mucho de Safo y el origen de la lírica en la actual poesía española más figurativa, clara y comprometidamente sentimental. Por ejemplo se vislumbra allá, en el fondo, la presencia iluminadora de la obra de Safo en el último libro de poemas de Jesús Munárriz titulado Sólo de amor (Bartleby Editores). Vean sino el primer poema, titulado precisamente Ofrenda, el cual parece escrito invocando a Afrodita: “Este fuego se enciende/ a la divinidad cuyos altares/ son los cuerpos hermosos,/ su liturgia el deseo,/ su sacrificio el goce”.
A partir de ahí, con una multiplicidad de ritmos y estrofas asentadas en un canónico sentido de lo clásico, el autor repasa y eterniza una historia de amor única que ojalá fuera todas, recordándonos así en ese dato siempre milagroso de que hay personas admirables que acoplan sus existencias para pasar juntos por todo.
El poeta (nacido en 1940), principalmente en las composiciones más breves, nos lleva de lo general a lo concreto en un constante ejercicio de perspectiva que se nos antoja tan inusitadamente joven, y así redescubrimos –nos lo recuerda siempre la poesía- que sólo el amor maduro es el elixir de la eterna juventud: ¿La Venus del espejo/ se ha quedado dormida?/ Aún mejor: en mi cama,/ destapada, tú misma.
Pocas oportunidades hay de acercarse a un libro de poemas y encontrar un lenguaje repleto de naturalidad, de compleja sencillez machadiana, unido a un modo de entender la existencia verdaderamente digno de ser emulado, ahora que somos todos tan aficionados al arte de complicarnos la vida. Y es que si para Safo, idealista como todo mortal con modelo divino, el amor era una “manzana en lo más alto”, una plenitud del todo inalcanzable, nuestro poeta humaniza lo divina haciéndonos entender el amor como una plenitud completamente cotidiana, y no por eso menos excelsa: “¡Qué maravilla/ saborear tantas veces/ la misma fruta”// En sazón, dulce,/ sabrosa, perfumada,/ fruta madura.// Y siempre nueva/ y cómplice y amiga/ y enamorada”.
Se trata de poemas que destilan una emoción desnuda y sin filigranas para acabar dejando al lector así, abstraído y con una sonrisa entrañable de las que llenan por dentro: “Te estabas durmiendo y te contemplo/ desnuda, sugerente, acogedora,/ tentación inocente, natural/ puerto de mi cariño.// No voy a despertarte,/ pero te lo mereces”...
Algunas veces leer es regresar, y esa sensación le queda a uno al meditar sobre ciertos versos en los que están contiendo la tradición y la vivencia para conformar juntos un modo de entender el presente. Así volvemos a concluir que la imaginación es el instrumento del que dispone el ser humano para mejorarlo todo y por eso es ésta tan importante para la novela pero en poesía para que un poema nos emocione y conmocione tiene que ser verdad.
Si les gusta la vida no se pierdan este libro.

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