martes, 3 de mayo de 2011

ESCRIBIR COMO ESCUPIR de Leopoldo María Panero

El rostro es el lugar donde lo privado se hace público. En este sentido el rostro de Leopoldo María Panero (Madrid 1.948), poeta loco por antonomasia de las letras españolas, ha evolucionado desde aquella nariz afilada de melenudo avieso, gesto histriónico y rompedor y mirada de actor sobreactuado con el que apareció en la película El Desencanto, hacia un semblante roto de digno derrotado, enajenado con mirada de perrito apaleado y sonrisa mendicante, piel facial totalmente acorralada por arrugas, delgadez y unas ansias de muerte que parecían no caber un ningún libro. Sí, así apareció en la posterior película Veinte Años Después.

El rostro es el lugar donde lo privado se hace público, y eso mismo es el poema. En este sentido el último libro de poemas o retrato o espejo de Leopoldo María Panero acaba de ser publicado por la editorial Calambur, se titula Escribir Como Escupir y equivale a su rostro. Desde el primer poema -“Ritual Sioux”- hasta el apéndice -“Tres poemas más”- nunca baja la guardia esta poesía maldita sin fingirlo en la que la imaginación radical de la locura se va haciendo metáfora una y otra vez para denunciarlo todo así, como no supieron hacerlo ni la poesía social, ni la poesía de la experiencia ni el realismo sucio.

Son poemas heridos, imperfectos, crudos, que se asientan rítmicamente en la repetición, y verbalmente en la reiteración. Así Escribir como Escupir está en la línea coherente de los mejores libros del autor -“Narciso en el acorde último de las flautas”, “Contra España y otros poemas no de amor” y “Poemas del Manicomio de Mondragón”- pues a estas alturas Leopoldo María Panero no pretende ya ampliar su mundo, sino sólo se fija la proeza de intensificarlo.

Leer pues este poemario es maltratarse a uno mismo: esta poesía parece a veces ininteligible porque la lucidez pura no puede ser comprendida por la mente humana, pero si podemos al menos atisbarla mediante la intuición. Además hay aquí poemas como el titulado “Carta al padre” en los que el autor no sólo ajusta cuentas; también nos hace saber que hacer repaso es humillar al tiempo. Como la perspicacia de Erasmo de Rótterdam nos enseñó, hay sabiduría en la locura. Como el dolor de Nietzsche nos enseñó, hay clarividencia y una universidad del desengaño en la locura. Como Leopoldo María Panero escribe: “Dolor, maestro de escuela español / que lloras en vano por una vida que no hay… / Soy un apestado de la luz… / El único señor del mundo / es la Reina de Corazones”.

Leopoldo María Panero se muestra en estas páginas como un poeta muy culto cuya misión es mearse en la cultura para liberarnos de imposturas. Por eso su poesía rezuma un existencialismo no meramente intelectual, como el de Sartre, sino radicalmente vital… Probablemente -lo insinúan estos versos- no los filósofos en sus libros ni los profesores desde sus cátedras sino acaso sólo un loco peligroso tenga autoridad moral para hablarnos de existencialismo.
La poesía de Leopoldo María Panero, como la de Artaud o Tristan Tzara, como los cuadros de Van Gogh o los crímenes de Jack el Destripador, es siempre la creación de quien se quema a lo bonzo; la de quien llega al límite para hacer una obra única a costa sobre todo de sí mismo.

Sin embargo nosotros, apóstoles de lo correcto, la lógica, lo normal, lo que cuadra y no molesta, juzgamos su imperfecta poesía, la desdeñamos y apostamos por lo de siempre a la hora de dar loas, fustas y premios, como bien ha denunciado en sus escritos críticos Tua Blesa.
Se me ocurre una locura: para que recuperemos la fe que nunca hemos tenido en la justicia poética, ¿por qué no presenta alguien Escribir como Escupir como candidato al Premio Nacional de Poesía?
Sé que ante tal propuesta dan ganas de morirse de la risa... Escribe Panero: “El indio va disfrazado por la ciudad / con un espejo en la espalda / para que te veas reflejado / si te ríes de él”. En fin.

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