martes, 3 de mayo de 2011

EL HOMBRE DE LA CALLE de Fernando Beltrán

Bebíamos sexos, fumábamos flores, gritábamos poemas en las manifestaciones y leíamos en voz alta El gallo de Bagdad de Fernando Beltrán: "Los jefes/ del estado en conflicto/ se dirigirán esta noche a la nación/ de enfrente". "Si el enemigo no se rinde /antes del siguiente bombardeo /empezaremos la guerra"...
Entonces el mundo nos dolía. El Gallo de Bagdad -ese libro de poemas entrometidos- nos enseñó el mensaje de que el ingenio puede y debe servir para combatir el discurso del poder. No un juego sino una perplejidad moral contagiosa la poesía; no un alarde sino un pálpito irreverente, comprometido y generoso cada verso.
El ingenio deconstructivo, la perspicacia eufónica, la lucidez de un visionario callejero... Ese libro pacifista tan vigente aún, ese alegato lírico contra la Guerra del Golfo, nos puso -sin saberlo el autor ni nosotros mismos inicialmente- en la rampa de salida de la vida despierta.
El tiempo y los excesos del conocimiento continuaron su curso y llegaron así los sucesos imprevisibles y las niñas traviesas, sí, pero nosotros seguíamos distantes y acercándonos como los raíles del tren. Nos reuníamos a deshora no como un grupo sino como una tribu en los parques públicos, en los cafés nocturnos, en aquella librería anarcosindicalista llamada "El Guariche de Rafa" o donde nos llevaran los pies, y así se compartían entonces los hallazgos literarios y vitales como si fuera posible o recomendable ir creciendo al unísono.
Con el azar y la primavera llegó a mí otro libro de Fernando Beltrán de ritmo loco, ágil, vehemente y desasosegante como una ciudad nocturna, Aquelarre en Madrid: "... soy humano/ muy débil para el trato / con pupilas y faldas/... no hay remedio / hay que pagar tributos de caricias/ para seguir de pie".
Más allá de nosotros, nuestros sueños y nuestras preocupaciones estaba este libro, esta superación de la poesía urbana, este lírico tratado de ética, esta invitación al desensimismamiento. Sí, lo urbano y sus contradicciones. Los contrastes. Nosotros... Leímos ese nuevo poemario, claro, pero no entendimos aún que vivir deprisa no es vivir dos veces. Y pasó el tiempo como un punto y seguido. De ahí hasta que llegó a nuestras manos La semana fantástica pasaron muchas cosas: entre otras que la desidia de nuestros políticos de siempre, y la precariedad laboral de esta ciudad nos habían dispersado, humillado y sumado a la lista de individuos responsables con derecho a voto. La poesía parecía más lejana, menos posible, menos necesaria.
El presente tiene también sus libros. Ahora que los de entonces ya no somos los mismos; ahora que León ha dejado de ser común lugar de residencia para convertirse en punto de encuentro, y la rebeldía se ha transformado en excentricidad o neurosis galopante, y ya pocos versos nos unen, y ya no hay vuelta atrás; ahora –digo- acabo de leer intensamente una antología de la poesía de Fernando Beltrán titulada El hombre de la calle, publicada por la Diputación de Granada (Colección Maillot Amarillo).
Acaba de llegarme, pues, un libro para que entre en él y compruebe así si yo sigo siendo de los míos. Me he quedado enganchado en un recuerdo tras leer la parte que no conocía -incluido los poemas inéditos que este texto incluye- y he pensado en nosotros, hace años, huyendo del vitalismo elemental y la doctrina de la mansedumbre que se nos ofrecía. Después de todo, creo, ir creciendo se parece a sentir como el medio ambiente circundante nos moldea a su imagen y semejanza, sí, pero nos queda la poesía, el compromiso constructivo, los libros como éste, la útil revolución individual que supone empaparse del mensaje y el ritmo que albergan, por ejemplo, esta páginas.
Leer a Fernando Beltrán, ahora como entonces, es como acercarse peligrosamente a la verdad; como elevarse sobre el mundo con cierta mirada global repleta de humanidad, compasión y empatía. El poeta sin pedestales. Con sencillez. Con ternura. Uno más entre iguales. Un niño. Un mendigo. Un inmigrante. El hombre de la calle.
Ahora que sólo la distinción económica parece hacer al hombre hombre, ahora que el éxito a cualquier precio es el pan robado de cada día, quiero recomendarles de corazón a todos ustedes y a mi mismo este libro, estos valores, estas emociones... Tal vez después de todo la belleza sí que es contagiosa.

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