miércoles, 11 de mayo de 2011

SONATA A KREUTZER de Lev Tolstói

¿El carburante principal de la vida es el amor o lo es el deseo? ¿Existe una noción fija de vicio? ¿Es de verdad una ilusión creer que la belleza es bondad? ¿Sólo desde la perspectiva de quien ha cruzado la frontera moral se puede ver con objetividad lo que mueve a los seres humanos a emparejarse? ¿Tiene razón el protagonista de SONATA A KREUTZER –Pózdnyshev, un hombre que se casa enamorado y dispuesto a llevar una vida de tranquila felicidad doméstica pero al cual, cuando las dulzuras de la luna de miel pronto dejan paso a la rudeza de la vida cotidiana, los demonios procedentes de su inconsciente le nublan y dirigen hasta el punto de que, al entrar en escena sus celos, el final trágico se precipita y termina quitando la vida a su mujer- cuando afirma que el amor más sublime no depende de las cualidades morales sino de la intimidad física además del peinado o del color o el corte del vestido?...

“En todas las novelas –afirma el inquietante Pózdnyshev- se describen hasta el menor detalle los sentimientos de los héroes, los estanques, los arbustos junto a los que pasean; pero al describir su gran amor hacia alguna muchacha no se menciona nada sobre qué fue de ese interesante personaje antes de dicho amor: ni una palabra sobre sus visitas a las casas de citas, ni de las criadas, cocineras y mujeres ajenas. Y si hay novelas indecentes como éstas, tales obras no se ponen al alcance, y esto es lo importante, de aquellas a quienes más falta les hace saberlo: las jóvenes”. Y situando el autor esta reveladora cita casi al principio de esta narración minimalista suya la sitúa así del lado de la indecencia, curioso, para desarbolar indirectamente desde ahí toda una cada vez menos vigente teoría moral sobre el amor que se desarrolla principalmente en la primera parte de la novela. Pero la sabiduría narrativa del autor radica en esto no deja de ser nunca una novela pues dicha teoría se mantiene en todo momento al servicio de una trama forjada, por cierto, con intensidad, nervio y un notable sentido de la intriga. La trama ocupa por completo la novela en su segunda parte, en la que el protagonista abandona ya las reflexiones generales sobre las relaciones entre hombres y mujeres, para centrarse en los detalles de su infeliz vida matrimonial, donde los momentos de deseo acabaron por no poder encubrir el odio que se había ido desarrollando entre los cónyuges, y es cuando el texto se nos muestra menos interesante. A pesar del final dramático, de la tensión creciente que conduce a él, todo tiene menos capacidad de apelar al lector (el único enigma final es si el protagonista estaba loco o era un hombre cínico con rasgos perversos).

A pesar del sello propio, del conseguido clima, del estilo poderoso con el que describe al personaje, su contexto y su enigma, del impecable sentido del ritmo narrativo y del valor transculturalmente contrastivo de este relato -un realismo con momentos costumbristas, diálogos suculentamente teatrales y hasta una escena gore-, uno hecha de manos las elipsis, el detenimiento, las atmósferas, los matices casi hasta el infinito y el realismo venturoso de esas grandes novelas que convierten al maestro ruso en la encarnación de la racionalidad, la voluntad proteica y el clasicismo incontestable... Sin duda se trata ésta de una obra menor del autor de perdurables obras maestras como GUERRA Y PAZ, LOS COSACOS y ANNA KARÉNINA.

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