martes, 3 de mayo de 2011

MAÑANA NO SERÁ LOQUE DIOS QUIERA de Luis García Montero

En esta sociedad del aquí y el ahora está muy de moda la novedad, la juventud, la pose, la tontería, la falta de alma en cualquier caso, y por eso, especialmente para mi generación, resulta más que nunca conveniente escuchar a aquellos que han vivido mucho y bien. Con esta intención acabo de leer la biografía novelada del poeta Ángel González que firma Luis García Montero y titula Mañana no será lo que Dios quiera (ed. Alfaguara)… Toda biografía pretende resumir una vida y una forma de entender la vida pero, en este caso, igualmente refleja un conmovedor modo de entender la amistad. Luis García Montero cree que “hay personas de muerte imposible” y al escribir estas páginas nos lo hace saber. Y creer.

“Los muertos son huéspedes de los vivos”, dice aquí el biógrafo, y por eso lo primero que se nos presenta al hablar del niño Ángel González es la influencia decisiva del abuelo materno y el padre muerto prematuramente. Por eso, como en las novelas río del siglo XIX, esta historia comienza con la biografía bosquejada de ambos junto a la suerte de los hermanos mayores hasta que, de forma tardía, doña María Muñiz se quedó embarazada de Ángel.

Después, como una sucesión de postales en blanco y negro, toda su infancia y adolescencia, su Oviedo primigenio, su soledad inicial junto a los familiares extraños, el estallido de la guerra civil -con sus cambios de domicilio, sus ciudadanos escondidos y sus muertos por un descuido-, la adolescencia convulsa, los sueños, sus primeros logros, la muerte de su hermano que el propio Ángel tiene que comunicarle a la madre, la admirable doña María a la que Ángel dedica uno de sus más hermosos poemas... Buena parte de esta historia versa sobre la épica cotidiana de esa madre viuda sacando a delante a sus cuatro hijos.

El argumento prosigue linealmente hasta llegar al reloj Certina que esta meritoria mujer le compró al joven Ángel González -cuando él decidió volar del hogar primigenio e irse a Madrid a buscarse la vida-. Nuestro poeta perdió ese reloj cuando su madre aún lo estaba pagando a plazos. Éste será el determinante último punto de giro de la novela de su vida.

Así asistimos leyendo estas páginas a la formación de una conciencia y a su evolución; a la destrucción de un país y su no vislumbrada reconstrucción. Por el medio incluso una enfermedad que a Ángel González le trajo hasta León, y siempre referencias al padre muerto, al hermano exiliado, a la madre y la hermana ideológicamente depuradas y al paisaje de un Oviedo que eternizaba su indolencia…. Toda existencia tiene sus coordenadas o, por decirlo con Borges, “toda vida tiene al menos un instante que la salva”. De eso trata este libro, de lo que queda y salva.
Pero, esta vez, tan interesante como el personaje es el escritor pues uno cree vislumbrar a Luis García Montero grabando conversaciones con Ángel, escuchándole, visitando los lugares que marcaron su vida y reconstruyendo la historia apuntada por los papeles legales que la madre guardaba en una carpeta azul -carpeta que el hijo conservaba-. Este biógrafo, como el arqueólogo que uniera amorosamente los fragmentos de un ánfora, ha reunido esos materiales y rellenado los huecos para acabar conformando un libro testimonial, humanísimo, de prosa brillante más inclinada en esta ocasión a la metafísica y la ternura que al ingenio verbal.
Aprovecha además para hablarnos indirectamente de la necesidad que aún tenemos todos de quienes dedican su vida a creer en algo y a defenderlo: ésas, como decía Bertolt Brecht, son las personas imprescindibles, las que nos ayudan a desensimismarnos y contrarrestar esta sociedad del yo, el aquí, y el ahora. He aquí un libro que es una casa con todas las puertas abiertas, una unión armónica de recuerdos, escenas, conversaciones, fotografías, poemas y sensaciones… Se lo recomiendo.

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