martes, 3 de mayo de 2011

LA LECCIÓN DE AUSCHIWITZ de Joan-Carles Mélich

¡Mueran también los campos de concentración mentales! ¡Vivan los corazones sin compartimentar! Se conmemora ahora el 60 aniversario de la liberación del campo de concentración de Auschwitz, uno de los centros de "custodia preventiva" y exterminio de los nazis. Y por eso, porque cada vez estamos más necesitados de memoria histórica para no incurrir en los errores globales de siempre, y porque hay acontecimientos que merecen ser símbolos, parece importante llenar de contenido esta conmemoración renovando así nuestra decidida oposición al mal absoluto.

Pero, desde luego, toda desgracia pide ser asumida y superada. En este sentido se ha publicado un libro clarividente de Joan-Carles Mélich titulado "La lección de Auschwitz" en el que, centrándose en la educación y el pensamiento ético, el autor nos hace ver que Auschwitz no fue sólo un suceso puntual sino todo un determinante acontecimiento que partió la Historia por la mitad, y el cual debemos tener siempre muy presente para que "ni el mal ni la muerte tengan la última palabra". Así, a través del testimonio de lúcidos sobrevivientes como Primo Levi, George Steiner y Paul Celan, este libro nos invita a repensarlo todo e incluso propone un nueva ética al afirmar que "igual de pernicioso resultan tanto el recuerdo como el olvido cuando son absolutos".

Del mismo modo existe un libro iluminador que me ha marcado como lector y como persona, y el cual mencionarlo en esta columna resulta igualmente pertinente: "El hombre en busca de sentido" de Viktor Frankl. El autor fue un prestigioso psicólogo y neuropsiquiatra que sobrevivió a Auschwitz y que con tremenda templanza, con lucidez y sin truculencia nos cuenta su experiencia para poder de ese modo extraer -y compartir con el mundo- un hallazgo terapéutico: la logoterapia. Ese autor repasa el ingreso en el campo de confinamiento -puesta a prueba humana y física-, la escalofriante fase de adaptación -puesta a prueba psíquica- y la liberación literal y emocional, y nos enseña así que no fueron los mejores los que consiguieron sobrevivir, sino aquellos que consiguieron integrar intelectual y emocionalmente el horror, tuvieron suerte y sobre todo una meta: "sobrevivieron los que encontraron a todo aquello un sentido". Escrito con brillantez, hondura y universalidad, aquí el autor compara la deshumanizada existencia de los confinados en Auschwitz con la de aquellos tuberculosos de "La Montaña Mágica" de Thomas Mann, y extrae entonces una serie de pautas emocionales para sobrellevar y entender las situaciones límite.

Oh, en este siglo XXI en el que constantemente la maldad concreta parece volver a querer enseñar la cara en Palestina -qué curioso-, Irak, Chechenia, África y otros muchos lugares, ambos libros tratan de enseñarnos que Auschwitz es ya el símbolo de todo lo monstruoso que puede hacerle el hombre al hombre. Y, además, los dos suponen a pesar de todo un mensaje de superación, de reconciliación y de advertencia para que ningún holocausto vuelva a repetirse. Europa no se ha librado aún de los extremismos y el fanatismo pero no debemos refugiarnos en lo colectivo ni bajar la guardia. La democracia y la libertad -como la salud- no deben darse por sentado ni se puede delegar la integridad. Por eso actualmente decir Auschwitz supone reconocer que somos capaces de lo mejor y de lo peor, y la elección depende individualmente de cada uno de nosotros. O, por decirlo con palabras de Viktor Frankl: "¿Qué es el hombre? El ser que siempre decide lo que es. Es el que inventó las cámaras de gas, pero al mismo tiempo es también quien ha ido a las cámaras de gas con la cabeza orgullosamente erguida y una oración en los labios". En fin.

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