martes, 3 de mayo de 2011

CASA DE MISERICORDIA de Joan Margarit

Un sofá blando, casi materno, junto a una ventana con vistas a la vida hoy que llueve en León copiosamente… Para que el impacto emocional de la llegada del otoño dure menos o dure siempre os propongo la lectura de Casa de Misericordia (Ed. Visor), último libro publicado por el radicalmente sincero poeta catalán Joan Margarit.

Leer poesía bien puede entenderse como recargar nuestra personal batería de empatía. Así los que leímos el libro en carne viva Joana (Ed. Hiperion), en el que este poeta hablaba confesional y terapéuticamente de la enfermedad y la muerte de su hija, no pudimos menos que conmovernos ante esas páginas que encerraban y encerrarán ya para siempre un acto extremo de desnudez. Desde entonces sus lectores, aunque no lo conociéramos personalmente, hicimos un íntimo pacto de hermanamiento con este poeta y ser humano dotado de una singular osadía bajo la cual siempre asoma una no menos peculiar fragilidad.

Libros escritos con fe en la palabra que, sin alardes pero con rigor, irradian humanidad. Sí, versos que nos enseñan que el dolor de otro, aunque no puede ser propio, no nos es del todo ajeno. Así este nuevo poemario o recuento de instantes de Joan Margarit quiere ser un refugio para almas atribuladas además de un espacio sereno e inteligente –eso parece ser la vejez- desde el cual ver la vida de forma panorámica: leemos y sabemos que la madurez, como el amor, no es una cuestión de edad.

Utilizando la metáfora de las Casas de Misericordia de la postguerra, esos lugares austeros, grises y rígidos a donde las viudas de los asesinados en la Guerra Civil mandaban a sus hijos ante la imposibilidad de mantenerlos, estas páginas claras y concisas nos hacen ver que la poesía es una Casa de Misericordia en la que cobijarnos de la adversidad porque “más dura es la intemperie”.

Pero, ya que la poesía la utilizó en el pasado como una ayuda para elaborar su duelo, en este libro ya no todo es la sombra de la hija muerta sino que el poeta, tras tanto vaciarse de dolor en los poemas de Joana, ahora se abre ya a otros temas, poemas de amor, anécdotas emocionales, pasajes impresionistas en los que la mirada del poeta va de la realidad a la metáfora universal como Machado con su olmo seco, y descripciones urbanas en las que, con perspicacia y detenimiento, el poema se fija en lo más sórdido como los cuadros de Lucian Freud. Sí, hay en Casa de Misericordia poemas nostálgicos nacidos de quien, en la vejez, siente la necesidad de la síntesis; poemas breves e infinitos escritos por alguien que sabe que la realidad finalmente está plagada de recuerdos que la explican y la amplían… Poesía realista no exenta de imaginación.

Decían Wordsworth y Coleridge en su celebrada poética que “la poesía es una emoción intensa escrita a posteriori desde la serenidad”. Sin embargo Joana era un libro duro y palpitante escrito desde la inmediatez de la emoción y la experiencia, y eso le daba un tono de verdad y una capacidad de impacto en el lector sin duda impresionantes. Ahora Casa de Misericordia sí es aquella emoción intensa escrita a posteriori desde la serenidad para, así, hacer recuento y avanzar sin olvidar pero sin que el recuerdo sea un lastre sino un modo de estar en la vida.

Igualmente Luis García Montero, en su libro Poesía cuartel de invierno -también una larga poética- pondera la tradición y califica a la originalidad de “superstición romántica”. Ese postulado lo asume a su modo Joan Margarit en la poética con la que cierra este libro, señalando así las razones de su alejamiento estético del Romanticismo y las Vanguardias.
Sin embargo al terminar de leer estas páginas uno se siente embriagado por la sinceridad y honestidad de cada poema. Acaso, en este mundo en el que la política y el derecho insisten en que no existe la verdad sino sólo la versión de cada cual, la franqueza y la finura moral que emanan de estos versos supongan un acto de originalidad radical. Creo yo.

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