martes, 3 de mayo de 2011

EL CORRECTOR de Ricardo Menéndez Salmón

¿Lo que estamos viviendo hoy es la realidad o una novela? Esa pregunta platónica subyace en las páginas de El corrector (Ed. Seix-Barral), la última propuesta narrativa que nos hace Ricardo Menéndez Salmón (Gijón, 1971). ¿La realidad y la ficción son indiferenciables en el discurso de los políticos o en el de la televisión? ¿Las grandes desgracias como el 11M, con su salva de muertos y horror, pueden considerarse una errata?

En efecto probablemente sólo un novelista, al contarnos mediante su inteligente fluir de la conciencia qué pasa después del apocalipsis, alcance a impedir que sigamos viviendo como si nada hubiera pasado. De hecho así lo corroboró Don deLillo en su impactante novela El hombre del salto en la que nos presentaba, desde la perspectiva de un testigo sobreviviente aferrado a su maletín, la crónica más alegórica que documental del 11S, el día de la infamia para Norteamérica y para el mundo. Y eso mismo intenta ahora El corrector al repasar, mediante la lupa desentrañadora de la ficción, nuestro no menos infame 11 M.

En estas páginas nos encontramos con Vladimir, un hombre desconfiado en extremo aunque redimido por el amor de su mujer –Zoe- y el recuerdo de su hijo –Eric-, metódico corrector de pruebas que está trabajando en las galeradas de Los demonios de Dostoievski. De pronto Uribe, su jefe y amigo, le llama para decirle que han puesto una bomba en Madrid y varios trenes han saltado por los aires, y así comienza para él el 11 de marzo de 2004. A partir de ahí asistimos a la crónica emocionalmente minuciosa de esa jornada, y recordamos así como los políticos del gobierno se iban empeñando en convertir la realidad en ficción manipuladora (esta novela realista, novela social de un posmodeno modo, bien puede entenderse también como una respuesta a la cuestión de cómo afecta la ficción a nuestra comprensión de lo real, incluso de lo real más inmediato).

Vladimir, protagonista y narrador de esta obra, cuenta los hechos y los juzga, se implica y nos implica para que el 11M no deje de tener la dimensión que tuvo aquel día y que merece en nuestras conciencias: en este sentido he aquí una novela contra el olvido histórico que tanto nos diluye.

Si bien, como decíamos, esta novela está en la estela del empeño de El hombre del salto de Don deLillo, nos hace recordar también otra de Luis Mateo Díez titulada La piedra en el corazón, la cual trata igualmente el tema de nuestro 11M y lo hace, coincidiendo con Menéndez Salmón, sin apartarse demasiado de lo biográfico –de hecho tanto en la novela del leonés como en la del asturiano uno lee sin casi dejar de ver al autor cuando mira al personaje protagonista-.

Sin duda es meritorio el modo en que esta obra, El corrector, nos invita a dudar de la realidad al demostrarnos que “somos hijos de la cultura del simulacro”. Por eso una lucha entre materialismo e idealismo es esta novela. Y eso mismo la política. Aprovechando su condición de corrector, el protagonista no ahora críticas al panorama literario actual y, además de la prolija intertextualidad, no falta aquí la cinefilia que aparece mediante uno de los personajes, el padre mitómano del protagonista.

La prosa ya característica de este autor, con ese ritmo entrecortado y condensado que hizo grande a Marguerite Duras, rebosa hondura y plasticidad al narrar una historia que nos abre los ojos, y la cual termina, como Freud, propagando el escepticismo cultural.

Si en su conmovedora novela La ofensa Ricardo Menéndez Salmón retrataba prodigiosamente el mal al hablar de la guerra, y en Derrumbe hacía lo mismo a menor intensidad al hablarnos de la delincuencia homicida, El corrector insiste en abordar el mal como tema, esta vez al hablarnos del terrorismo directo y poco sofisticado… No falta quien dice que con el inolvidable argumento de La ofensa, la elaborada estructura narrativa de Derrumbe y el tono de El corrector este autor, que ya es una regencia, lograría su novela perfecta.

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