martes, 3 de mayo de 2011

DEJEMOS EL PESIMISMO PARA TIEMPOS MEJORES, de Diego Medrano

El último libro de Diego Medrano (Oviedo, 1978) se titula DEJEMOS EL PESIMISMO PARA TIEMPOS MEJORES, lo ha publicado con mimo la impecable editorial independiente Pez de Plata, lleva un extenso prólogo de Leopoldo María Panero y, a caballo entre una novela carpetovetónica -¿LA COLMENA?- tan vanguardista como maldita, un libro de cuentos engarzados por el mensaje y un ensayo sobre las parejas artes de crear y sobrevivir, lo tiene todo de conjuro explosivo contra los tiempos que corren. La sorpresa, la risa, el descoloque, la iluminación y la reflexión heterodoxa están aseguradas en un texto cuyo protagonista verdadero es el propio lenguaje… “No es que seas raro, es que tengo un pijama a rayas parecido a ti”… “Si una calle llevase mi nombre sería una calle fría”… “Quizá tengan razón los paletos y la cultura sea aquello que ignoramos”… “Lo malo de todo borracho es que se vuelve borracha”… “Sólo los fascistas hablan del vacío como de una pequeñez”… “Las moscas son más rápidas que cualquier forense”… etc.

Aquí hay pintoras de desnudos, prostitutas, callistas, críticos literarios encerrados en una comuna hippie, miopes hipersexuales, aspirantes a artistas parisinos, gemelos que lloran porque quisieran no haber leído nunca a Kafka, sastres esquizoides, niñas con una galaxia de pecas en la cara, muñecas decapitadas, yonquis adictos a la “telemierda”, filósofos de barra de bar, perversos vividores, aspirantes a creadores rompedores, un punki al que el peinado en cresta le queda como un plátano sobre la cabeza…

Personajes al límite, generalmente perdedores o de bajo estadio social, conviven con todas las poéticas imaginables, nociones de artes plásticas y terapéuticas metaliterarias. Hay clásicos por doquier, y simultáneamente todo el pop del mundo en un texto que pretende la permanente reactualización y contemporaneidad. Y todo urdido con un humor no enteramente absurdo sino acaso cervantino: el humor de los que escriben manejados por sus lecturas, por sus sueños, por su lado oscuro, o por la turbadora inercia de todo eso.

Medrano es “blues” (música laboral y espiritual) y “country” (música de corazones rotos). Por eso éste es un libro reversible: tan pronto libro de ensayos con bohemio al fondo; tan pronto disparatado thriller moral propio del sometido a la constante de la teoría del azar surrealista, de la búsqueda y no así del encuentro. Son historias discontinuas y engarzadas mediante unos personajes desestructurados a los que la cultura barniza por entero, acoraza, ennoblece... Monstruos que cantan porque siempre se levantan con las mismas penas; monstruos que beben porque se cansan de dar explicaciones.

Parece en estas páginas defenderse el autor de sí mismo y la sociedad del orden a través de un sinfín de réplicas estratégicamente colocadas, un poco a la manera de Borges o Bioy Casares, aunque en conjunto subyace la rompedora influencia de la celebrada novela NADJA, de Andre Breton... Sí, lo real siempre como la primera mentira. Incertidumbre, intranquilidad, la máscara que suplanta y refuerza toda identidad, el poder y su simulacro, la cicatriz entre realidad y ficción, los ritos ceremoniales del letraherido a tiempo completo o el melodrama como goloso anticipo de toda gesta romántica, auténtica. Medrano lo sabe y nos lo cuenta: “el pesimismo es el máximo lujo en tiempo de asedios, y alegre es todo aquello que nos lleva a pensar”.

“Enorgullécete de tu fracaso porque proclama lo limpio de la empresa”, nos dicen también los héroes machacados de este libro de relatos con prosa de novela discontinua, posmoderna, donde conviven en lidia permanente los dos extremos de nuestros días: la cultura de la palabra frente a la de la imagen. Y una inquietante pregunta final o mensaje parece dejar este texto nihilista, divertido y brillante en el alma del lector: ¿el pesimismo es sólo un método para retrasar lo gratificante?

Atrévanse a divertirse con lo radical. Lean esto.

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