martes, 3 de mayo de 2011

EL VIAJERO DEL SIGLO de Andrés Neuman

Viajar convirtiendo cada destino en un espacio personal para que irse no sea desprenderse, sino incorporar…

De entre las muchas lecturas que pueden hacerse de la celebrada y meritoria novela de Andrés Neuman EL VIAJERO DEL SIGLO (Ed. Alfaguara, Premio Alfaguara y Premio de la Crítica) yo prefiero concebirla –más que como una elaborada historia de amor decimonónico, como metafición historiográfica sobre el europeo mundo de la Restauración, como una alegoría narrativa que nos remonta al germen de la actual condición de inmigrante, o como una historia sobre ese encuentro fortuito y definitorio con cualquier “mesías” que vive al mágico servicio de la inspiración ajena- principalmente como un elogio transnacional de la vida y el viaje vividos con ese espíritu que recomendaba Kabafis en su poema Viaje a Ítaca… ¿En esta novela Wandernburgo es un poco Ítaca?

Todo empieza en un coche de caballos. Buscando posada para una sola noche el sofisticado errabundo Hans se detiene en Wandernburgo, una imaginaria ciudad como de novela gótica entre Sajonia y Prusia. Conoce en una pensión a los Zeit, familia del piadoso posadero, y especialmente a su reservada hija Lisa, a la que se unirá de un casi imperceptible modo y de la cual podría haberse enamorado, pero ésta no es la novela de ellos dos.

Como si irradiara ya el encuentro al día siguiente, en la plaza del Mercado, se fija en un anciano eremita que toca el organillo acompañado de un curioso perro, conversan como dos imanes, entablan complementaria amistad y la estancia de Hans en la ciudad se alarga indefinidamente. El sabio y bohemio orgallinero ciertamente modificará el curso de la existencia de Hans, pero ésta no es sólo la historia de ellos dos.

El señor Gottileb, patriarca viudo de una opulenta familia, le toma por un turista culto, le invita en su casa a una recepción de personalidades, conoce a unos apasionados contertulios y, sobre todo, a Sophie, la cultivada hija de Gottlieb, con la que toma el té fascinado... Aunque la joven está comprometida con el pomposo y formalista Rudi Wildehaus, surge el amor entre ambos mientras amenaza la atmosférica ciudad un enmascarado violador.
Hans escucha repetidamente al señor Gottlieb ante la chimenea frente al humo que emana su pipa de ámbar, ronda prudentemente a su hija, asiste a las tertulias de alta sociedad de los viernes en el salón Gottlieb repletas de interesantes conversaciones sobre la religión, sobre la patria, traducciones de literatura, historia, política, música y, de la mano de Álvaro Urquijo, un contestatario español que a Hans le ha presentado Lisa, se habla hasta sobre la fracasada política liberal española. Todo resulta riguroso e inteligente, pero ésta no es sólo la novela de esos conversadores de salón.

Nuestro protagonista inicia una apasionantemente secreta relación epistolar con Sophie, y por otro lado eleva su nivel de conciencia en contacto con el organillero, con Lisa, con Álvaro... Es el Romanticismo en simultánea pugna con el Neoclasicismo. El amor que enseña a los viajeros el esforzado arte de aprender a quedarse.

De la mano de Hans, y del autor que nos conduce con pausado talento expresivo y un minucioso sentido de la descripción y la intercalada información cultural, asistimos –por debajo de la intriga de turbio misterio y la de folletín sentimental- a los ambientes de distintas clases sociales de esta ciudad repleta de clima, belleza, elegancia, injusticia y superioridad moral, los comprendemos como espejo y raíz de actuales desigualdades, y nos sentimos también como espectadores privilegiados ante los clandestinos avatares amorosos de Hans y Sophie… Todo para, ya con el regusto de las novelas clásicas en el paladar, acabar comprendiendo que ésta no es tampoco sólo la historia de ellos dos, sino, acaso para siempre, la nuestra.

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