martes, 3 de mayo de 2011

LEONORA de Elena Poniatowska

¡Qué maravillosas son las ocasiones en las que el creativo arte de leer historias se parece al de vivirlas en toda su reveladora dimensión!

En efecto se producen a veces, raras veces, tales procesos de identificación entre autor y personaje que, cuando leemos ciertas novelas-documento –novelas reales con impregnaciones de ficción- sentimos estar asistiendo a una compartida, universalizada, fusión de almas selectas. Y así parece haber ocurrido en la última novela de la gran dama de las letras mexicanas Elena Poniatowska (París, 1936) titulada LEONORA, y rendidamente dedicada a otra de esas mujeres de innato magnetismo que tanto han colaborado en ampliar lo que convencionalmente se entiende por normalidad, por libertad, por cordura y por creatividad: la pintora Leonora Carrington.

Como si de una biografía freudiana se tratara arranca esta hipnótica novela presentándonos a una niña de fértil imaginación potenciada por su entorno de alta alcurnia, por una educación esmerada que incluye niñera, institutriz, ballet, piano, idiomas y lecturas, y por una abuela materna que incentiva su fantasía, su amor por los animales y la seguridad en sí misma –una seguridad que con el tiempo se convertirá en rebeldía y audaz feminismo-. A Leonora, esa niña amazona de inquietante singularidad, acaban llevándola a educarse a un convento en el que tratarán de recortar su “vanidad”, pero sólo lograrán incentivar su heterodoxia. Allí, más que con las monjas, empezará a identificarse con las brujas, y acabarán expulsándola. Irá a un segundo convento católico en el que “también las monjas son adictas a la corona de espinas”, e igualmente terminarán echándola, recalando después en una escuela para aristócratas de Florencia donde perfeccionará el francés, aprenderá italiano, practicará la equitación y la esgrima, se enamorará del arte y descubrirá su vocación. Una enfermedad la hará reencontrarse con su madre, y a ésta la convencerá para que la trasladen a París, la capital del arte. En París Leonora disfrutará de las calles, de los amigos, de los puestos junto al Sena donde compra libros de alquimia y los museos, renegará del snobismo de su familia y disfrutará de ciertas escapadas a Montecarlo y Roma... Pero Leonora tiene ya claro que quiere estudiar arte en Londres y dedicarse a pintar, y eso inicia una batalla familiar.

En Londres, además de iniciarse en Freud, Rimaud, Apollinaire, Novalis y los amoríos excéntricos, conoce a pintores puristas, se empapa en la Tate Gallery del arte prerrafaelista, se forma concienzudamente, se enamora de una libertad alquímica que su padre detesta y pinta con talento... Todo hasta que se produce un acontecimiento que le cambiará la vida, y le hará saber que todo lo que había soñado y anhelado existe: la primera exposición internacional surrealista tiene lugar, Leonora asiste, conoce a Max Ernst y sufre una revelación estética y una conmoción vital.

A partir de ese punto de giro esta novela atmosférica, como la vida de su protagonista, cambia de ritmo y la finura emocional de la prosa, unida a la clarividencia de diálogos y situaciones, abruma tanto como embriaga. Leonora, que no duda en introducirse en el torbellino surrealista, utiliza su halo de inteligencia y sensualidad indómita para conocer a hombres de brillantez rompedora y a mujeres de vida rica en desafíos, se enfrenta a su familia y se escapa a París con un pintor casado: Ernst. De la mano de ese reconocido artista vive el turbio placer del adulterio, se abandona al irradiante amor y la inspiradora bohemia, brilla, se convierte en la nueva heroína de los surrealistas, va hasta el fin de si misma, descubre la astronomía, se codea con algunos de los más importantes artistas de su tiempo y con la influyente coleccionista Peggy Guggenheim, sufre el París invadido por los nazis, y, cuando Max Ernst es llevado a un campo de concentración por su condición de judío, ella huye a España: pierde entonces la razón –“lo que en los hombres es creatividad en las mujeres es locura”- y es internada en un manicomio de Santander... Sí, turbadores resultan los capítulos dedicados a la locura de Leonora; una locura que parece la imaginación sin contornos...

En el súbito, lacerante y salvador reencuentro con Max y Peggy en Lisboa camino de Nueva York, y sobretodo en la respuesta narrativa sutil, finamente psicológica y reveladoramente humana a cómo Leonora a partir de ese instante, acaso el peor momento de su vida, llegó a conocer el amor y el amor de conveniencia, los simultaneo, recuperó la esotérica y hermosa amistad de Remedios Varo, se convirtió en una mujer astral, vivió la maternidad y llegó a convertirse en una artista y escritora cuya vida y obra han inspirado e iluminado a mujeres y hombres en todo el mundo, está lo mejor de esta perdurable novela.

Pero ésta no es una obra sólo para mujeres. Hay tantos tesoros psicológicos y filosóficos en estas páginas sobre lo que es la vida, sobre lo que añade vida a la vida, y tanto sobre esas apuestas en favor de la plenitud llamadas amor, amistad y superación de la adversidad, que se nos antoja una lectura muy recomendable también para todo aquel que sienta que necesitamos una liberadora redefinición de lo que aún es el modelo dominante de masculinidad, y una lectura imprescindible para quien aspire a entender a esas mujeres libres que, como decía Remedios Varo, en el fondo ningún hombre se puede permitir.

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