martes, 3 de mayo de 2011

LA LUZ ES MÁS ANTIGUA QUE EL AMOR, de Ricardo Menéndez Salmón

¿La creatividad genial es un ámbito anexo a la desasosegante locura que aporta a los receptores sensatez y al emisor fracaso?...

La nueva y más ambiciosa novela de Ricardo Menéndez Salmón se titula LA LUZ ES MÁS ANTIGUA QUE EL AMOR, la publica la editorial Seix Barral, y cuenta cuatro historias temporalmente inconexas aunque vehiculadas en torno a un espacio tan real como alegóricamente anticlásico, el castillo italiano de Sansepolcro, en torno a un enigma, el destino del último cuadro de un pintor toscano, y entorno al tema del arte y sus respectivas relaciones con la lucidez y el compromiso estético del artista. ¿Hasta dónde es capaz de llegar un artista para ser radicalmente fiel a su compromiso estético sin perder la razón y su lugar en el mundo? ¿Hay clásicos borrados del canon y tachados por el tiempo debido sólo a que, cuando llegó el momento, decidieron no traicionarse ni prostituir su obra? ¿Y hay creadores pioneros cuya audacia se fundamenta en una locura indagadora capaz de abrir puertas a las que la ingenua sensatez no alcanza?

El artista del siglo XIV Adriano de Robertis, tras una vida pintando por encargo del clero hermosos cuadros apegados a la piedad vaticana que bien parecen el mejor sucedáneo de la perfección, ve morir de forma cruenta, indecible, a su hijo Gianni consumido por la Peste Negra. Recuerda entonces con dolor iluminador una frase de su hijo –“Padre, ¿por qué pinta siempre los mismos motivos? Limpios, edificantes, sin mácula. ¿No le apetecería pintar la vida tal y como sucede?”-, y comienza el mejor de sus cuadros, el que arruinará su vida: “La Virgen barbuda”. El futuro Papa le visita en Sansepolcro para ordenarle que destruya dicha obra heterodoxa y vuelva al dogma, pero él ni cede ni accede. ¿Qué pasará con ese cuadro?...

Un escritor de provincias llamado Bocanegra, aún sin curarse de las contraindicaciones emocionales de varios libros suyos sobre el mal –“no se puede escribir impunemente”-, está contemplando la agonía y muerte de su esposa junto al primer marido de ésta. Se trata de alguien que conoce el amor, y eso acentúa el dramatismo de lo que está viviendo horrorizado...

En 1959 Mark Rothko, pintor igualmente “obsesionado por la libertad del artista” cuya fama y obra le hacen ya “dialogar con la posteridad”, emprende junto a su mujer –Mell- un segundo viaje a Italia en el que, como llevado por un resorte, regresa a un pequeño castillo que conoció por azar nueve años antes, Sansepolcro: allí le sobreviene la certeza de que algo queda en los espacios donde se ha practicado el mal. ¿Tendrá algo que ver esa visita tan poco turística con la posterior interrupción voluntaria de la vida de Rothko?

Vsévolod Semiasin, artista ruso de psiquismo atormentado, durante uno de sus brotes es sorprendido comiéndose sus propios cuadros. El lector asiste a tal escena que, sumada al resto de tramas y a las brillantes reflexiones del autor, le hace dudar de si las turbulencias psíquicas destruyen con su energía autodestructiva, o refinan al constituir actos creativos de extrema coherencia. ¿Cuánto hay de disparate, de metáfora y de verdad en la locura de los creadores? ¿Qué tiene este corrosivo acto dietético que ver con Sansepolcro?...

He aquí una novela de ideas con varios recorridos, el de novela-puzzle faulkneriana, el del ensayo sobre estética, el de novela psicológica y el de novela de intriga, escrita con un rigor verbal magnético e infrecuente acompañado de hondura y belleza metafórica.

Así pues a los lectores que no se conforman sólo con que les cuenten una historia porque saben que la literatura vive principalmente en el adjetivo, les fascinará La luz es más antigua que el amor, última novela de uno de los mejores narradores del momento.

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