martes, 3 de mayo de 2011

LO QUE SÉ DE LOS HOMBRECILLOS, de Juan José Millás

Ha vuelto Juan José Millás con su recién publicada novela LO QUE SÉ DE LOS HOMBRECILLOS (ed. Seix-Barral) a estremecernos, a iluminarnos, con cierta irrealidad que nos resulta inconfesablemente familiar.

En efecto hay narradores que escriben para su psicoanalista, siempre para su psicoanalista: eso produce en el lector un acrecentado morbo semejante al de quien asiste en secreto, quizá mirando por una rendija, al relato terapéutico de las íntimas locuras y perversiones de alguien. De hecho –ya lo decía Freud- apenas importa así que lo contado sea verdad o ficción, pues tan reveladora es la vida secreta de alguien como la imaginación desatada de alguien.

La obra novelística de ese Woody Allen surrealista de nuestra narrativa llamado Juan José Millás –desde CERBERO SON LAS SOMBRAShasta LAURA Y JULIO con la salvedad de EL MUNDO, maravillosa ficción autobiográfica, y sus pocas novelas periodísticas- es así, urbanamente neurótica, desconcertante esclarecederora, delirante, adictivamente morbosa, supaconsciente, fantásticamente psicoanalítica y, desde luego, hilarante principalmente porque todo eso le pasa a otro. Y le pasa una y otra vez, pues se trata de un autor prolífico cuya precisa prosa posee la contención del cuento, la exactitud del cirujano, y, trate el tema que trate, siempre nos hace ver las interconexiones entre lo real y el otro lado; siempre sugiere que lo fantástico le ocurre a la gente normal.

En esta ocasión Millás, para recordarnos que sólo nos encontramos a este lado del más allá, nos cuenta la historia de un maduro profesor universitario versado en economía y asépticamente casado con una mujer ambiciosa que se ha convertido en mera compañera de piso. Desde niño este convencional hombre de ciencias ha creído ver corretear a veces, en ciertos recovecos de la casa, a algunos hombrecillos pero nunca ha querido dar mucho pábulo a tal idea en su cabeza por el bien de su razón.

Asistimos –en el momento en que su existencia empieza a estar dominada por la apatía y eso le distancia aún más de su mujer, que siempre está llena de metas- a la nueva y más vívida visión de los hombrecillos de su casa, a su contacto telepático con ellos y a como los hombrecillos reduplican en su escala a nuestro protagonista.

Este nuevo hombrecillo reduplicado, que es su doble asimétrico y “su siamés moral”, está interconectado a él, y le permite ver el mundo desde una perspectiva diferente y fascinante. Se comunica mediante telepatía. Tiene deseos turbios, inclinación hacia las tentaciones cumplidas, y todo lo que siente se reduplica en el ánimo de nuestro protagonista hasta hacerle fumar, beber, contratar prostitutas, participar en un homicidio, desear de nuevo a su mujer, producir incandescentes fantasías sexuales –que casi suponen una incursión en la literatura fosca- y por ahí todo seguido. ¿No les parece ese hombrecillo la encarnación del inconsciente del que hablan los psicoanalistas?

Por si existiera alguna duda de la naturaleza freudiana de esta novela-divertimento el autor nos relata además aquí los sueños del protagonista como si fueran experiencia pura y táctil, y, espejo de las obsesiones de su hombrecillo, que se muestra inclinado a los excesos como ya se ha dicho, la mayoría de esos sueños son de contenido sexual (las escenas de sexo, imposiblemente apetecibles unas, raras otras, otras escatológicamente originales, son acaso lo mejor de este libro, en especial cuando la cópula tiene lugar en el mundo propio de los hombrecillos el cual, ¡cómo no!, es, a escala minúscula y en versión diurna, el entorno como de literatura gótica de una ciudad que se parece bastante a la Praga de Kafka).

En definitiva todo, a pesar del cuidado tono naturalista con el que está narrado, tiene en estas páginas algo de paranoia extrañamente lúcida porque, como escribió Leopoldo María Panero, “nuestra locura es más razonable que nosotros”.

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