martes, 3 de mayo de 2011

LA ROSA INCLINADA de Javier Lostalé

Homero, Safo, las huellas que nos orientan… Sí, en el principio fue la épica inevitablemente masculina –con su sabiduría, su pasión, su vigor, su energía y su elogio del cuerpo- y la lírica decididamente femenina –con su fulgor, su cadencia, su entrega, su intimismo y su elogio del cuerpo-. Pero hoy, por suerte, hay poetas cuyo empeño se centra en deconstruir las bipolaridades, recuperar el sentido, reconstruir el todo fundiendo las partes como un arqueólogo que, amorosamente, recompusiera los restos de un ánfora... Sí, así, como un arqueólogo que vive entre el presente y el pasado, veo yo al jardinero emocional Javier Lostalé.
Y es que la poesía de Javier Lostalé a la vez esencial y narrativa, activa y contemplativa, metafísica y surrealista no sólo es un puente entre dos mundos sino que también puede concebirse como un instrumento útil para saber que el mundo puede ser de otra forma. Así nos eleva y nos transporta el idealismo. Así nos enjuaga la pureza y el anhelo de pureza. Así nos llena y amplía todo lo que intenta ensanchar las fronteras de lo que hoy se entiende por normal, por correcto, por virtuoso… Y es que la poesía de Javier Lostalé no está de un lado ni del otro sino que parece asumir que, como decían los griegos, en el centro reside la virtud. Sí, por eso su depurada escritura se centra con delicadeza en los matices, en los detalles, en los destellos y supera así maniqueísmos como poesía-prosa, masculino-femenino, narratividad-esencialismo, actualidad-eternidad pues ciertamente el mundo no es blanco ni negro: necesitamos la literatura que nos recuerda que no sólo hay dos lados, no sólo dos bandos, no sólo una verdad...
El primer libro de este autor -Jimy Jimy- es una amalgama de anécdotas emocionales, panteísmo y riqueza contemplativa cuyo principal valor radica en el uso conmovedor que el poeta hace de la palabra tú. El resultado es una poesía sensible y narrativa que se sitúa en ese espacio que separa, o que une, a la lírica y a la épica. Igualmente se percibe en todo el libro un anhelo de pureza profundamente trascendente a pesar de que éste es un libro fundamentalmente carnal como todo lo que es humano y real.
A esa inauguración siguió en 1981 Figura en un paseo marítimo, que no amplía el mundo de su libro anterior, pero lo intensifica. De hecho la nueva aportación que el poeta hace aquí y nos regala es la incorporación de la sensación, y así en estas páginas, sobre las historias, destacan los olores, sudores, sabores, impresiones que suscitan recuerdos y toda esa intensidad que emana de la serenidad. Acaso el ritmo nos desconcierte pero estamos ante un texto construido desde el recuerdo que nos reafirma en nuestro aprecio del hermoso poder que tiene la evocación.
Después, en 1995, se publicó La Rosa Inclinada, libro que se inicia con “Confesión”, acaso el poema más conocido del autor por su carácter de poética o testamento vital y por ser su primer poema en prosa publicado. Javier Lostalé ha evolucionado hacia la condensación emocional, y por eso estamos ante una poesía metafísica en la línea europea de Hölderlin, Rilke, Celan y Holan.
Hondo es el resplandor, su siguiente libro, supone otro avance hacia una poesía más surrealista en las metáforas, que no en los temas. Acaso sea su libro más emotivo y suponga un punto de inflexión en el quehacer de este poeta que aquí se abre a nuevos temas y los aborda con madurez.
En 1998 ve la luz su libro definitivo, La Estación Azul, poemario en prosa en la línea de Platero y yo -Juan Ramón Jiménez- y principalmente Ocnos -Luis Cernuda-. La Estación Azul es un poemario cargado de inteligencia emocional cuya virtud más alabada por la crítica es el impecable ritmo. Sin duda este celebrado libro ha tenido una gran influencia en los poetas jóvenes y es causante –junto a otros de Gamoneda, Mestre y LLamazares- de la riqueza que hoy tiene nuestra poesía en prosa...
Sí, éste es el hombre y su modo de volar.

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