martes, 3 de mayo de 2011

EL ASEDIO de Arturo Pérez Reverte

La guerra como sofisma, como ciencia y como espectáculo de la barbarie, el ajedrez como fascinante juego macabro cuando es una explícita metáfora bélica, esa abstracción llamada patriotismo, la política como un espacio de confrontación pero sin la disciplina ciega que emana de lo castrense porque en ese ámbito “pacífico” abundan los traidores… Eso y mucho más encontrarán en EL ASEDIO (Ed. Alfaguara), última novela de Pérez Reverte.

Confieso que me gusta pensar que la novela histórica es una respuesta a esa parte de nuestra Historia que demanda implicación. Y en este sentido los lectores de Pérez Reverte sabemos que su fervor por la novela histórica con fuerte carga documental y acusado escepticismo ideológico viene desde el principio mismo de su carrera literaria con El húsar, y pasa por novelas como La sombra del águila hasta llegar a Cabo Trafalgar, Un día de cólera y la serie de El Capitán Alatriste. Sin embargo en la reciente El asedio el género histórico se muestra sólo como uno más de sus nutrientes.

La trama es inquietante. Por eso si desean asistir indemnes a la vida diaria de una ciudad bombardeada aunque no destruida. Si quieren sentir que un asesino actúa cerca y sus crímenes son ética y legalmente considerados de forma diferente al resto de muertes –¿daños colaterales?- a la vez que prueban la emoción tenebrosa de los ataques guerrilleros, las incursiones corsarias, los sobornos a periodistas, los cobros de recompensas, las visitas de los héroes a las prostitutas y las adivinas… Si les seduce ser testigos de excepción de las sesiones de las Cortes de Cádiz en las que intervienen tanto los diputados españoles como los americanos –la política por un lado y la realidad por otro-. Si se atreven a la contemplación de los fusilamientos de los desertores, los duelos por honor, la investigación de los crímenes, las vitriólicas fiestas de carnaval en medio del asedio y el modo en que un héroe queda finalmente amputado por nada… Si desean, en suma, conocer a cutidos sobrevivientes como Rogelio Tizón, comisario de barrios vagos y transeúntes, o a Cadalso el alguacil, a Simón Desfosseux, capitán de artillería poseedor de una insólita clase y un apabullante estilo que contrasta con Bertoldi, su perruno teniente, o se arriesgan a desenamorarse de la ilustrada Laura Palma, ladina heredera y gerente de la empresa “Palma e hijos”, no duden en adentrarse en las páginas de esta novela a la vez histórica, policíaca y de aventuras admirablemente escrita, con ritmo, con atmósfera y con lenguaje profuso en palabras poco gastadas por el uso.

Pero permítanme decirles que, con todo, mis personajes favoritos de El asedio son Pepe Lobo, el tenebroso capitán corsario –curioso disidente de las verdades oficiales- descrito con psicologismo penetrante, y el enigmático Hipólito Barrul, compañero de ajedrez de Tizón, todo él pura metáfora. Junto a ellos algunos secundarios memorables como Gregorio Fumagal, taxidermista y espía francés, Felipe Mojarra, salinero y cazador furtivo alistado como irregular en tropas que combaten a los franceses, y demás, aunque acaso decepciona el poco justificado Francisco Sanlúcar, anodino dueño de una jabonería.

Hacía tiempo que no sentía la prolongada emoción de un novelón que entretiene, ilumina, insufla memoria histórica y amuebla el inconsciente de modo tal que, al terminar de leerlo, guardas duelo.

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